
Suena el despertador del móvil y rápidamente te giras para apagarlo... Bueno, apagarlo no, le das a esa fantástica opción para que suene dentro de otros cinco minutos. No quieres despertarle, así que lo haces con mucho cuidado.
Te das la vuelta y echas el brazo sobre el lado derecho, pero cae sobre la sábana. ¿Estará en el baño? Si, seguramente sea eso, estará en el baño.
Cada mañana lo mismo, suena el despertador y cuando vas a apagarlo, él aprovecha para cogerte desde atrás, te abraza y te pide cinco minutos más entre murmuros, medio dormido. Le agarras la mano, que te coje el pecho, y la aprietas sobre ti. Sientes el roce de su pecho en tu espalda, notando perfectamente los latidos de su corazón, su respiración en la nuca, sus pies calientes entrelazados con los tuyos. Pero hoy no ha habido abrazo. ¿Por qué se habrá levantado antes que tú?
Vuelve a sonar el despertador, lo apagas de nuevo y te giras, ésta vez un poco más despierto. Miras el lado de la cama, vacío. Es en ese momento es cuando aparece ese nudo en el estómago. Durante unos segundos has notado que el corazón no ha palpitado, para luego volver a hacerlo con más fuerza. Con tanta fuerza que duele. Entonces eres consciente de que no está en el baño.
No está, y no va a volver.
Te levantas y vas al baño, mientras intentas pensar alguna motivación para comenzar el día. Algún motivo por el cual seguir con tu vida. Ayer era él, ¿y hoy? ¿Qué motivo tienes para no quedarte en la cama? No puedes, no tienes fuerzas. En la ducha te derrumbas y empiezas a llorar. Las lágrimas se confunden con el agua que cae sobre tu cara. Te miras en el espejo y sólo ves a alguien con los ojos hinchados, pálido, y te preguntas dónde está esa sonrisa que te ha estado acompañando durante tanto tiempo.
Ayer murió y hoy es el primer día de tu nueva vida. Es difícil, lo sabes, pero tu vida continúa aunque él ya no esté en ella. Ese día se te hace eterno y no dejas de pensar en él, en cómo ha sucedido todo, en lo rápido que apareció en tu vida y lo rápido que se ha ido. Lo peor de los días después a su muerte es cambiar tus rutinas, rutinas en las que él era partícipe. Esa llamada durante tu tiempo de descanso en el trabajo, para ver cómo le iba el dia. Ese mensaje durante el cigarrito para contarle el último cotilleo de tu trabajo. Mensaje que siempre terminaba con un "TQ" o un "Tkm".
El peor momento llega por las noches. Te sientas en el sofá, enciendes la televisión y... y no consigues ver nada. Tus ojos sólo son capaces de ver las imágenes que proyectan tu mente: esas noches en el sofá, después de cenar. Él tumbado, tú encima, apoyando tu cabeza sobre su pecho, elevándote con cada respiración. Es curioso lo relajante que puede llegar a ser sentir la respiración de la otra persona sobre ti mismo, notar el bombeo de su corazón en tu mejilla. Son esos momentos en los que te das cuenta de que está vivo, y sientes un escalofrío al pensar que hay una persona que te ama, que vive por ti y que perteneces a su vida tanto como él a la tuya.
Apagas la televisión y te metes en la cama. Una cama que está vacía, como la noche anterior. Sientes los pies helados, y recuerdas cómo él ponía sus pies, siempre calientes, sobre los tuyos para calentarlos. No le importaba lo frío que los tuvieses. El nudo en el estómago sigue estando ahí. Te ha acompañado durante todo el día, apenas te ha dejado comer y en determinados momentos se intensificaba, hasta el punto de hacerte llorar. Es un dolor extraño. Sentir cómo algo te aprieta el corazón con tanta fuerza que te corta la respiración. No puedes contárselo a nadie, no puedes tomarte nada para calmarlo, no puedes correr y esconderte, aunque quisieras desaparecer de la Tierra en ese mismo momento. Sólo puedes llorar y desear que se pase.
Intentas dormir pero los recuerdos se agolpan sobre tu cabeza. Da igual si tienes los ojos abiertos o cerrados, sólo consigues verle a él. Y vuelves a llorar. Miras el móvil, por última vez ese día. Lo has estado mirando cada cinco minutos desde que te levantaste, como si estuvieses esperando una llamada que nunca se hace, un mensaje que nunca llega. Y no llegará, porque ya no está. Te repites esa frase cada diez minutos: "ya no está, asúmelo, ha muerto...". Casi sin darte cuenta te quedas dormido con el móvil en la mano, agarrándolo con fuerza como si en cualquier momento fueses a recibir la llamada que tanto esperas.
Cuando alguien se va, se va para siempre. No es fácil superar la muerte de alguien tan cercano, de alguien que tanto has amado. Te sientes perdido y desorientado. Ha sido mucho tiempo compartiendo el día a día, haciendo de tu vida, su vida y tus rutinas, sus rutinas. Compartiendo cada segundo y hablando de un "nosotros" en lugar de un "yo". Todos esos planes y proyectos que, con ilusión construías junto a él, y que ya no se podrán realizar. Ahora todo ha cambiado, vuelves a estar solo, vuelves a tener que actuar por tu cuenta. Y da igual si era una muerte anunciada, precedida por una enfermedad que sabías no tenía cura o si, por el contrario, ha sido algo repentino que no esperabas. La pérdida es igual, y la vuelta a tu rutina, sin él, es difícil.
Así comienza el luto. Intentas mantener viva la imagen de esa persona. Recuerdas los buenos momentos que pasásteis juntos, los viajes y escapadas de fin de semana, las fiestas hasta las tantas de la noche, las cervezas en la terraza de siempre con la misma gente de siempre, las tardes de Domingo en el sofá, durmiendo cada dos por tres, viendo cualquier película o serie bajada de internet y comiendo cualquier cosa y a deshoras. Pero lo importante del luto es aprender a vivir sin esa persona y para ello, lo mejor es asumir la pérdida lo antes posible. Ya no volverá así que, ¿por qué seguir mirando hacia atrás? Ahora comienza una nueva etapa y en ella vas a poder reencontrarte contigo mismo, volver a descubrir quién eres y, lo más importante, cómo eres. Da vértigo, pero es parte de la emoción que, oculta bajo mucho dolor, supone comenzar ese nuevo momento en tu vida, un nuevo camino, con todo por delante. No hay obstáculos, sólo nuevos retos. Nuevas caras, nuevas metas, nuevas ilusiones.
Querer ser feliz no es un delito y para ello, lo más cómodo es ponerse la careta de la sonrisa pues, el luto, se lleva por dentro. Te va a acompañar durante mucho tiempo, lo sabes, pero también sabes que poco a poco, el dolor que supone recordar momentos del pasado pasará a ser un simple recuerdo de una experiencia vivida, la cual te emocionará pero no añorarás, pues pertenece a tu pasado y como tal, queda atrás. Mira a tu alrededor y disfruta con lo que te rodea pues ya has comenzado tu nueva vida.