jueves, 19 de noviembre de 2009

La estrella fugaz


Me pongo las zapatillas, cojo una chaqueta, las llaves y salgo de mi casa.

En teoría salgo a pasear al perro, que va por la acera dándome tirones, deseando llegar al césped donde siempre lo suelto para que corra un poco. Llegamos, me siento en el banco y enciendo un cigarrillo.

Es curioso cómo cambia la temperatura en el otoño según pasan las horas. Este mediodía, cuando estaba sentado en ese mismo banco, iba con camiseta de manga corta, el sol me daba en la cara y estaba muerto de calor. Aunque corría una pequeña brisa, seguía haciendo calor. Ahora sin embargo, la camiseta de manga larga y la chaqueta apenas me calientan. Tengo las manos heladas y no me siento los dedos de los pies.

Apago el cigarro. Llamo al perro y voy de vuelta a mi casa pero, realmente no me apetece ir a casa. Llevo todo el dia allí, tumbado en la cama, sin hacer nada. Algunas conversaciones por el MsN, un par de visitas a los juegos del Facebook y poco más. Así que, en lugar de girar para ir hacia mi edificio, continúo recto.

Casi sin darme cuenta he empezado a hacer la misma ruta que hacía de pequeño, cuando iba caminando al colegio. Recuerdo esas mañanas cuando llamaba al timbre de mi compañero, Pedro, y juntos empezábamos la ruta junto a la rambla. Me encantaba cuando escuchaba el gallo, 8:15 de la mañana. El caballo de todas las mañanas se paseaba a sus anchas por la rambla mientras el dueño lo observaba desde la puerta de la cuadra. Pronto llegaríamos a casa de Paqui, para recogerla y continuar los tres.

Cuando llego al final de la rambla, en lugar de meterme hacia la calle donde vivía mi amiga, he continuado recto, llegando hasta la zona de los chalets con grandes muros que impiden ver cómo es la casa o el jardín. Sólo puedes hacerte una idea de cómo es la casa si consigues ver el tejado de la misma... Las calles son muy anchas y la iluminación demasiado escasa. No se escucha nada, excepto el roce de las uñas de mi perro sobre el asfalto. La calle tiene varias subidas y bajadas, no es llana, y el esguince del tobillo se resiente, pero me da igual, sigo caminando. Al menos ahora ya no tengo tanto frío.

Cuando era pequeño, recuerdo que íbamos a una casa que había abandonada en esa misma calle. Nos gustaba meternos en el jardín e intentar entrar en la casa, con nuestras linternas, pero siempre nos echábamos para atrás en el último momento. Estábamos a la espera de que alguien dijese: "yo no voy a entrar" para unirnos todos.

Sin darme cuenta he llegado al final de la calle y me ha sorprendido ver la claridad que había justo delante mía. Antes había un edificio allí, pero lo habían tirado y ahora en su lugar había un cartel anunciando la construcción de nuevas viviendas, con áticos. Mal momento para la construcción. La calle está completamente a oscuras. No hay ningún edifico alrededor, sólo un par de chalets con esos altos muros que quedan a mi espalda. El perro me mira y se sienta. No tiene ni idea de qué narices hacemos allí. Bueno, yo tampoco...

Algo ha llamado mi atención. He mirado hacia arriba y me he encontrado de pronto con todo un cielo estrellado. Me he quedado hipnotizado mirándolo, hacía tiempo que no veía tantas estrellas juntas, que no miraba al cielo una noche y podía ver lo que realmente nos rodea. Ha sido tal la concentración que tenía en ese momento que hasta me ha dado vértigo, he perdido la orientación y rápidamente he tenido que volver a mirar al suelo para situarme.

La última vez que me quedé mirando una noche estrellada fue hace siete años. Un verano que pasé junto a mi padre, su mujer con sus tres hijos y mi hermana. Habíamos alquilado un piso en una zona de costa muy tranquila y yo, con tal de no quedarme con ellos en casa, me bajaba todas las noches a la playa, a tumbarme sobre la toalla, que se humedecía con el salitre en cuanto la ponía sobre la arena. No hacía otra cosa que mirar las estrellas, preguntándome qué habría allí fuera y cuestionándome lo que todos hemos cuestionado alguna vez. Con lo grande que es aquello, ¿estaremos solos? Una pregunta absurda, apoyada por las miles de series y películas que nos hablan de extraterrestres y gentes de otros planetas, pero la duda la sigo teniendo...jeje. De vez en cuando se veía alguna estrella fugaz y recuerdo que siempre pedía el mismo deseo: "compartir ese momento con alguien". Es curioso cuando ves una estrella fugaz. Se ve tan pequeña, tan ligera, tan veloz. En realidad sólo se trata de una roca, posiblemente del tamaño de un edificio que, atraída por la fuerza de gravedad de la Tierra, se desintegra en cuanto entra en contacto con la capa de ozono. Curioso que algo, aparentemente fuerte, indestructible, se desvanezca en milésimas de segundo por la velocidad que llega a coger, dejando a su paso un rastro de polvo. Breve pero intenso.

Esta noche me ha pasado algo parecido. Estaba sentado en el borde de la acera, mirando al cielo mientras me fumaba un cigarrillo y escuchaba el jadeo de mi perro, sentado a mi lado, y los latidos de mi corazón. Cuando más concentrado estaba admirando cada detalle del cielo una estrella fugaz ha pasado. He cerrado los ojos y he vuelto a pedir el mismo deseo, pero ésta vez con un matiz. Quiero compartir ese momento, contigo.

Sé que por ahora ese momento no llegará, pero una sonrisa (de medio "lao") me ha acompañado durante mi vuelta a casa porque sé que, de alguna manera, ya he compartido ese momento contigo...

2 comentarios:

Sophie dijo...

Adoro las estrellas...aún cuando no me han concedido ningún deseo...todavía. :)

Historias de un gay diferente dijo...

No he podido evitar recordar una canción que me gusta muchísimo... Es de Cristian Castro, se llama "Están lloviendo estrellas". No es ni mucho menos uno de mis cantantes preferidos ni el estilo que suelo escuchar, pero la letra me evoca buenos recuerdos... Búscala...